domingo, 3 de noviembre de 2019

Involución

No se echen las manos a la cabeza: no creo que todas las personas deban tener hijos. Me parece que es un dudoso derecho el de procrear, sobre todo en nuestros días. Opino que una sociedad evolucionada éticamente limitaría la capacidad de traer individuos al mundo. De esta manera, habla muy claramente de nosotros como especie (y no nos deja en buen lugar) que hayamos puesto por delante la cantidad a la calidad. Táchenme de totalitario, fascista, utópico o incluso distópico. Debo de haber leído mucha ciencia-ficción o quizás tenga un empacho de realidad. Y es que a estas alturas del partido cada día veo más claro que nos hemos adentrado en un sistema que acabará devorándonos por completo, pero que necesita carne humana que consuma, mueva y engrase la Máquina Industrial para que siga rodando; hacen falta más bocas, aunque no podamos alimentarlas.
Un compañero me comentaba hace algún tiempo, al hilo de un comentario mío sobre el número de personas que sobrábamos en el mundo, que lo que hacía falta era más natalidad. Creced y multiplicaos. Mi colega es catecúmeno, ¿cómo no? Me escandalicé entonces y sigo escandalizándome hoy en día cuando conozco, cada vez más, casos de parejas o individuos a los que se les va la vida en conseguir quedarse embarazados. A decir verdad, no es su deseo de ser padres lo que me escandaliza. Muy al contrario, lo entiendo como un instinto cerval, casi animal, del que pocos personas podemos escapar. Pero me inquieta profundamente la sociedad que hemos creado y que pone toda esa presión sobre las parejas y, más concrétamente, sobre la mujer, hasta hacerles percibirse personas incompletas y fracasadas por no ser procreadores desde el punto de vista biológico. Inseminación, in vitro, subrogada… Todas ellas me parecen técnicas realmente legítimas, pero, si me alejo un paso más, veo claramente la creencia arraigada (distorsión cognitiva, para mí) de que sigue siendo necesario prorogarnos a través de nuestros hijos, entendiéndolos sólo como elongación genética nuestra. Esto es algo así como la cumbre del ego individual y, además, especista.
Luego los pariremos, los adornaremos de rosa o azul, según sus genitales, los adoraremos y cebaremos con el enfermizo celo de nuestra sangre, haciéndoles creer que son alguien, para lanzarlos a un mundo hostil a luchar por ser los que más consumen. La vida es una puta jungla. Pero la Máquina funciona.
No. No nos hemos trascendido como especie. Hemos caído en nuestra trampa y ahora somos el enésimo simio, involucionando.